domingo, 12 de abril de 2015

COMENTARIO: LA FRAGUA DE VULCANO, VELÁZQUEZ

La entrada de hoy está de dedicada a uno de los comentarios que mis alumnos han hecho sobre la obra de Velázquez. Aquí os dejo el primero de ellos (espero poder mostraros más).

Autor: Velázquez
Título: La Fragua de Vulcano
Fecha de ejecución: 1630
Soporte: Lienzo
Dimensiones: 223 x 290cm
Lugar de conservación: Museo del Prado, Madrid
Género: Mitológico
Tema: Visita de Apolo a la fragua de Vulcano

https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/la-fragua-de-vulcano/


La obra que voy a comentar, es una pintura al óleo sobre lienzo, perteneciente al género mitológico, realizada hacia 1630.

En el cuadro se describe una de las escenas narradas por Ovidio en Las Metamorfosis, es el momento en que el dios Apolo, irrumpe en el lugar donde Vulcano (Hefesto en la mitología griega) se encuentra fabricando una armadura, supuestamente para Marte, el dios de la guerra. Este le cuenta a Vulcano el adulterio de su esposa Venus con Marte, Vulcano contempla a Apolo después de haber escuchado la mala noticia con una expresión dramática, colérica y todos los personajes miran con cara sorprendida al dios que acaba de entrar en el estudio, incluso alguno de ellos abre la boca y los ojos. Nos encontramos pues, ante dos características propias del estilo Barroco: el interés por captar un instante y la expresividad de los personajes, tratados con naturalismo y, a la vez, con teatralidad.

Apolo enmarca el centro de la composición, como si abriera un paréntesis que cierra el personaje que muestra su perfil izquierdo. La figura de la derecha, en escorzo que crea mayor profundidad, completa la composición y presenta el primer plano. La figura del fondo, que esta menos definida, trabajada con una pincelada más difuminada, (propio también del Barroco el dominio del color sobre la línea) recrea el plano del fondo, que queda sumido en la penumbra. Vulcano, en el centro y de frente, tiene el protagonismo aunque la figura que está de espaldas tiene más iluminación, además es un recurso habitual en Velázquez, como podemos ver en El triunfo de Baco o en las Hilanderas. Las cuatro figuras del centro se relacionan en círculo, formando un eje de coordenadas que tiene como centro el metal incandescente, alusión simbólica al tema, donde además podemos ver la maestría técnica de Velázquez a la hora de plasmar las calidades de los objetos, lo vemos en el metal al rojo que acabamos de mencionar, pero también en el brillo de la armadura forjada o en la cerámica blanca de la jarrita de la repisa de la chimenea.

En esta obra, realizada al parecer durante su primer viaje a Italia, formando pareja con La Túnica de José, Velázquez inició sus ensayos de perspectiva aérea con la figura que hay al fondo y que contrasta con la figura que está de espaldas en primer plano. Apolo lleva un manto que deja al descubierto su torso desnudo, con una corona de laurel en su cabeza y un halo luminoso que le rodea. El fuego de la fragua proporciona luces y sombras a la obra, posible influjo del Barroco italiano de Caravaggio, mientras que el halo de Apolo hace que haya claridad por la izquierda, resaltando así los dos personajes más importantes. El color se ha ido aclarando comparándolo con otros cuadros pintados anteriormente por este pintor, no se advierte huella del tenebrismo anterior.

El asunto es una escena sacada de la mitología romana, en concreto de Las Metamorfosis de Ovidio. Es el episodio burlesco del marido engañado, propio de la postura anti mitológica de los pintores españoles del Siglo de Oro. Sin embargo Velázquez, la interpreta con personajes contemporáneos, humanizando el hecho mitológico: Vulcano, es simplemente un herrero, al igual que sus ayudantes, que son hombres del pueblo y conocen el oficio. Esto lo vemos en sus rostros y expresiones, donde abunda el naturalismo y el realismo, convirtiendo escenas mitológicas o religiosas (lo vemos en El triunfo de Baco o en Cristo en Casa de Marta y María) en escenas cargadas de cotidianidad e inmediatez, muy del gusto del Barroco. Además podemos suponer que Velázquez utilizara los mismos modelos ya que el hombre que aparece de perfil a la derecha de la composición es muy parecido al que también aparece de perfil, pero a la izquierda de la obra, en La Túnica de José.


En el tratamiento espacial se aprecian cambios: la transición hacia el fondo es suave y el intervalo entre figuras está muy medido. La pincelada es fluida y los toques de luz producen sorprendentes efectos entre las zonas iluminadas y las sombras. Aunque aún hay elementos del periodo sevillano de Velázquez, existe una ruptura importante con sus pinturas anteriores y esto se debe al aprendizaje que tuvo en su estancia en Italia. Velázquez muestra interés por el desnudo, desde que llegó a Madrid, pero este desnudo se acrecienta en sus obras después de su primer viaje a Italia, influenciado por las obras italianas del mundo, inspiradas en el mundo grecorromano.

De su viaje a Italia no solo recoge su interés por el desnudo sino también la influencia de la pintura veneciana, que se puede apreciar en la llamativa túnica naranja del dios Apolo, que además vuela de manera muy efectista, logrando dos objetivos: plasmar la teatralidad del barroco y captar la fugacidad de ese instante en el que el dios hace su aparición. También de su paso por Roma recoge la influencia de Miguel Ángel y crea figuras muy musculosas. El estudio anatómico es meticuloso y también realiza un análisis profundo de la situación de las figuras en el espacio bajo la influencia de una luz determinada, algo que queda patente en el escorzo de la figura que se agacha en la parte derecha. Una luz que empieza a ser modeladora de contornos, más suave, alejada del tenebrismo.

Velázquez siempre estuvo obsesionado por conseguir profundidad en sus obras. Por eso comienza a utilizar lo que se denomina “emparedados de espacio”, enfrenta unas figuras con otras para crear sensación de profundidad, a lo que también contribuye la inclusión de un esbozado paisaje a la izquierda del lienzo.

Es una composición dominada por una paleta algo “terrosa”, con predominio de los tonos ocres como debe corresponder a la vida del dios de las profundidades, el viejo y deforme Vulcano – cuya deformidad podemos observar en la disposición de la cadera, aunque como todos los personajes de Velázquez, la dignidad y fuerza con la que es pintado nos hacen olvidar estos defectos- , que se ve animada por las pinceladas de azul cielo que asoma por la puerta, por el jarro de cerámica blanca azulada de la chimenea y la cinta de las sandalias de Apolo. Todos los objetos y herramientas están trazados con la minuciosidad de un pintor realista que puede competir con los mejores y prestigiosos pintores flamencos. Es aficionado a los bodegones clara influencia Holandesa.

Puede haber dos lecturas sobre la elección del tema, una podría ser moral, el poder de la palabra sobre los sentimientos y acciones del prójimo y otra al desbancar la teoría platónica de la superioridad de la idea sobre el trabajo manual, defendida por todos aquellos que, como Velázquez, combaten por la nobleza de la pintura, considerada hasta entonces como un oficio mecánico y que fue la causa de que el pintor tuviese grandes dificultades en alcanzar la encomienda de la Orden de Santiago, hasta entonces reservada a la nobleza.

Esta obra la realizó en Roma, (Italia), sin tenerla encargada, durante el primer viaje que hizo a Italia a instancias del pintor Pedro Pablo Rubens. Algunos estudiosos encuentran similitudes con un grabado de Antonio Tempesta que, sin duda, Velázquez adaptaría libremente. Realiza dos grandes lienzos en la casa del embajador español que constituyen pareja y que trajo de regreso a España: La túnica de José y La fragua de Vulcano. Cuatro años después de realizarlas las compro para el rey Felipe IV. Hemos podido encontrarla desde entonces por el Buen Retiro, el Palacio Real y desde principios del s.XIX la podemos ver en el Museo del Prado en Madrid.

Diego Velázquez nació en Sevilla el 6 de junio de 1599, fue un pintor Barroco considerado uno de los más grandes de la pintura española, y figura indiscutible en la pintura universal. Pasó sus primeros años en Sevilla donde desarrolló un estilo naturalista influenciado por Caravaggio, donde veremos obras como Vieja Friendo Huevos o el Aguador de Sevilla. Se mudó a Madrid y a los 24 años fue nombrado pintor del rey, 4 años más tarde ascendió a pintor de cámara de Felipe IV, el cargo más importante en los pintores del rey. A esto se dedico el resto de su vida, hacía retratos, tanto de la familia real (las Meninas) como de los personajes de la corte y cuadros para adornar la casa real, pinturas de historia (las Lanzas).

Su estilo evolucionó hacia una pintura de gran luminosidad con pinceladas rápidas y sueltas. Este estilo se desarrollo gracias al estudio de los pintores reales y su viaje a Italia donde estuvo estudiando la pintura antigua y la contemporánea. En su última década, donde encontramos algunas de sus grandes obras como Las Hilanderas o Las Meninas, tenía un dominio perfecto de la luz. Murió el 6 de agosto de 1660 en Madrid.

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Autora: CARMEN MARÍA GUTIÉRREZ BENDOIRO, alumna 2º bachillerato E.


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